Testimonio sobre terapia perineal psicosexual en matrimonio no consumado y vaginismo.
Tengo 33 años y hasta hace un mes nunca había tenido relaciones sexuales con penetración vaginal. Voy a aclarar ciertas cosas de entrada que para algunas personas pueden no venir al caso pero a otras le pueden servir: soy atractiva (de hecho creo que todas las mujeres lo somos si aprendemos a mostrar lo mejor de nosotras mismas), soy alta, simpática y por cierto, bastante “calentona” en el plano sexual. Resulta que mis padres son originarios de la zona del medio oriente y me educaron de una manera conservadora. Nada de novios ni besuquearse con los chicos en el colegio. “Esas cosas son para otra clase de chicas, no para vos”. ¡Como si yo fuera de otro planeta! Obviamente, tenía compañeros que me gustaban y suspiraba por los actores adolescentes de la tele y los jóvenes cantantes famosos de turno. A los 12 años tuve mi primera menstruación. En el cole nos dieron clases de educación sexual, pero en mi época eran bastante básicos y no recuerdo que algo de esas charlas me haya servido. La cosa es que estaba en pleno hormonazo y como una prima me había enseñado cómo masturbarse (siempre aparece una primita que se las sabe todas…) a los 14 años empecé a buscar placer con la ayuda de mi querido colchón. Me encerraba en mi cuarto por un par de minutos, ya que a esa edad no se dispone de mucha privacidad, y así fue como empecé a tener mis primeros orgasmos por frotación en el clítoris. Sí, señor. La masturbación no es sólo para los varoncitos. Durante todo el secundario, mientras mis compañeras andaban “transando”, noviando y vaya a saber qué otras cosas más, yo me convertí en la linda intocable, la figurita difícil. Los pobres valientes que se me acercaban con alguna intención eran rebotados como pelotas de basket. Si bien soñaba con estar de la mano con alguno, que me abrazara y estuviera conmigo, era como una cosa más platónica, no quería el contacto físico/sexual porque eso “no estaba bien”. A partir de los 18 años me estaba permitido ir a boliches, siempre y cuando fuera con un grupo de amigas. Salía casi todos los sábados. La pasaba genial con mis amigas, bailábamos, tomábamos… pero con los hombres yo seguía siendo “la difícil”. Me convertí en una perfecta “histérica”: mírame y no me toques. Creo que fue a los 21, que me relajé un poquito y empecé a besuquearme con algún que otro chico en fiestas de la facultad. Con uno llegué a salir por casi 2 meses. Anduvimos a los besos todo el tiempo y cuando empezó el manoseo, si bien lo disfrutaba, empecé a sentir una especie de temor al saber que el próximo paso era ir a la cama. El temor era en realidad quedar expuesta con una falta total de experiencia en esa área, que descubriera que todavía era virgen y, además, el famoso “dolor” de la primera vez. Seguí así hasta los 25 años. Fue entonces cuando apareció un morocho fantástico que resultó ser el hombre de mi vida. Muy tierno, se me acercó de a poco y estuvimos de novios durante ¡7 años! El venía muy canchero, había tenido varias relaciones anteriores, mucha experiencia en la materia. Y tal vez, de alguna manera, esto avivó su interés ya que cuando fuimos por primera vez a un hotel alojamiento y yo sentí la necesidad de contarle que todavía era virgen, él se lo tomó de una manera muy natural. Yo quería que la tierra me tragara, porque a esas alturas no lo sentía como una virtud, era como una especie de karma. A pesar de que él me hacía sentir muy cómoda y no me apuraba, yo tenía miedo. Miedo a que me doliera mucho, a que me sangrara y no sé a qué más. Resulta que este temor que sentía era algo que, si bien me pasaba en la cabeza, me generaba una reacción física. O sea, el temor hacía que yo contrajera mi vagina con mucha fuerza, lo cual obviamente hacía imposible cualquier tipo de penetración. Como la química que tenía con mi novio era increíble, de alguna manera nos las ingeniamos para pasarlo bomba en la cama sin tener penetración vaginal (sí, él me ama y tiene una paciencia infinita). Bueno, no voy a explicar todas las cosas que hacíamos en la cama pero sí voy a decir que resultamos ser muy creativos y los dos pudimos tener orgasmos durante todo nuestro noviazgo. Sin embargo, los años pasaban y a pesar de pasarla muy bien con mi novio, yo sabía que tarde o temprano tenía que resolver este problema. Porque era un problema y tenía un nombre: vaginismo. Investigué un poco sobre el tema en Internet, hice intentos fallidos de ponerme tampones, hasta que tomé coraje y empecé a ir a una psicóloga para hacer terapia. Hablé mucho sobre la raíz del problema que era ese famoso temor al dolor. La terapia me hizo bien, pero llegó un punto que tenía que dar otro paso más: tenía que ir a la práctica. Con mi novio ya estábamos a full y decidimos casarnos. Tal vez eso me hizo sonar una especie de alarma interna porque por dentro me dije: “No me quiero casar virgen! Eso es del siglo pasado!”. Por casualidad o causalidad (estas cosas no pasan porque sí) navegando por Internet encontré una nota que hablaba sobre “Nuevas terapias a favor del placer femenino”. Me puse a leer por curiosidad y vi que hablaba sobre problemas sexuales. Por lo general, siempre se habla de dificultades para alcanzar el orgasmo, cosa que a mí no me interesaba en absoluto, pero me llamó la atención que en la misma nota se mencionara el vaginismo. La profesional entrevistada era Viviana Tobi. A través del buscador llegué a su sitio web, anoté el número de teléfono y me animé a llamar para pedir una entrevista. Desde el minuto cero el trato fue muy cordial y me hicieron sentir muy cómoda. Esto es muy importante porque al ser mi problema algo de lo que no se habla por vergüenza, antes que nada una necesita sentirse contenida. Mi tratamiento empezó con una charla sobre mis experiencias previas e incluyó un reconocimiento de mi vagina a través de gráficos y mirándome frente a un espejo. Luego fui probando de a poco con pequeños tutores del tamaño de tampones. Yo nunca me había introducido ni siquiera un tampón, así que se imaginan mi alegría la primera vez que pude hacerlo. ¿Cómo hice? La verdad es que en mi caso fue como un combo entre las charlas con Viviana, los ejercicios en casa y especialmente la relajación a través de la respiración. Esto fue clave para mí. Lo que yo siempre hacía era contener la respiración y automáticamente (¡ay, el poder de la mente!) contraer los músculos que rodean la vagina lo que imposibilitaba cualquier tipo de penetración. Al respirar de manera rítmica y pausada, me ayudaba a relajarme. A veces me ponía un pequeño vibrador al lado de la vagina. La vibración me hacía relajar aún más los músculos. ¿Y el dolor terrible? ¿Y el sangrado? ¿Y el himen que tiene que romperse? Increíblemente me di cuenta que todos eran mitos. Toda la vida pensando que iba a sentir un dolor terrible… tengo que admitir que a veces me dolía un poquito, pero no era un dolor era más bien una incomodidad y además, esto sucedía solo cuando yo contraía involuntariamente los músculos. Apenas exhalaba el aire y relajaba los músculos, la incomodidad desaparecía. Además en mi caso no hubo sangrado. Mi himen hacía rato que se había había esfumado y yo no tenía ni idea. Tal vez por las masturbaciones, tal vez por mis clases de danza, quién sabe… qué importa! Estaba feliz. Con el correr de los días me fui animando a probar cada vez con tutores más grandes. La cosa empezó a ponerse divertida. Viviana me sugirió probar con unas zanahorias y me fui a la verdulería a elegir mis tutores! Les ponía un preservativo y me los introducía con la ayuda de un poco de aceite. Mi objetivo era lograr introducirme una hortaliza que tuviera un tamaño similar al pene de mi marido, así que cuando lo logré me dije “Listo, si entró esta zanahoria el pene de mi marido puede entrar tranquilamente!”. Y así fue. Fue un momento muy emocionante para los dos. El “paso” de mis tutores al pene de mi marido se dio de una manera natural. Tal vez haya influido el hecho de que yo lo hice partícipe de mi tratamiento contándole mis pequeños logros e incluso mostrándole cómo me introducía los tutores. Esto también le debe haber dado cierta tranquilidad a él, al ver que era posible para mí y que no me dolía y no me resultaba traumático. Ahora estamos disfrutando (¡como adolescentes!) y probando distintas posiciones para ver cuáles nos gustan más. También sigo aprendiendo sobre mí misma, descubriendo de qué forma estoy más cómoda y siento más placer. La verdad es que me siento orgullosa de mí misma y quiero contagiar mi alegría y mi fuerza a todas las mujeres que tienen este mismo problema. Dos frases más (muy trilladas tal vez pero que hoy adquieren un nuevo valor para mí). Se las dedico especialmente a estas mujeres: Se puede. Nunca es tarde.
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