¡Respetemos el tiempo del nacimiento!

Por Sonia Cavia


“El tiempo es oro”…dijeron alguna vez y el tiempo empezó a tener un valor comercial, alguna vez los ritmos de la naturaleza empezaron a perder protagonismo para entrar en escena el tiempo industrial, el tiempo de las fábricas, un tiempo pautado, medido, ordenado. Un tiempo previsible, un supuesto “no caos”. Y alguna vez, tristemente, en varios lugares de nuestro planeta, los nacimientos entraron en esa mirada del tiempo.
Y perdieron su ritmo, su momento de ser, su sincronía amorosa.
Y pareciera que hoy tenemos fábricas de niños y niñas, puesto que todos deben nacer en determinada semana, sino “se pasaron”, y toda mujer debe parir en “x” horas sino está tardando mucho…
Y algunas personas nos preguntamos ¿quién dijo todo esto? ¿quién dispuso cuál es nuestro tiempo de nacer? ¿quién tiene la justa medida para determinar el cuándo?

Si se tiene la bendición de presenciar un parto y un nacimiento donde se respeta el proceso fisiológico con los propios ritmos de la mujer y el bebé, se percibe la entrada a otra dimensión del tiempo, a un tiempo sin tiempo, algo queda suspendido; algo queda abierto en el aire amoroso de esa espera incondicional y eterna, con sus vaivenes, sus risas y sus llantos, mecidos en un halo sagrado y único, donde tienen lugar gemidos y caricias, gritos y roces, contoneos y abrazos.

Entonces algo empieza a cambiar, los sonidos guturales de la madre nos dicen, sin relojes, que el bebé ya está ahí, por nacer.

Y en su tiempo, único y diferente, asomará su cabecita, tal vez lentamente, y rotará con su ritmo para terminar de nacer y volver a entrar al pecho de su madre, a esa piel y esos latidos que lo cobijan nuevamente, a las amorosas voces familiares de su mamá y su papá que le darán la bienvenida también en su tiempo, como en su tiempo alumbrará la placenta y se cortará el cordón empezando así su nueva vida de este lado del mundo.

¿Quién puede apurar semejante ceremonia?