Por Julia Montejo Y Rocío Montejo, Periodista Y Escritora Y Ginecóloga EL dato: en las consultas de ginecología se observa un alarmante cambio de tendencia en lo que a vello púbico se refiere. Una nueva estética se ha impuesto en los últimos años y lleva a mujeres hechas y derechas a asemejarse a niñas prepúberes. La peluquería genital no es algo de lo que las mujeres hablamos. No es un tema de revistas y periódicos para todos los públicos, pero sí que es la norma en la pornografía actual de donde, seguramente, arranca la moda y por ende, el cambio en el gusto masculino. Parece que hay algo en nuestro disco duro femenino empeñado en convertirse en un objeto sexual deseable y que la única forma de lograrlo es esforzarse en parecer una niña. ¿Pervertido? ¿Retorcido? En cualquier caso, digno de dedicarle unos minutos de reflexión. Desde nuestra más tierna adolescencia, cuando las hormonas empiezan a hacer de las suyas, las españolas nos hemos mostrado avergonzadas de la cantidad de pelo que cubría nuestra epidermis. Por mucho calor que hiciera, si las piernas no estaban perfectamente depiladas se cubrían con medias o pantalón. No es de extrañar. Quizás es una de las pocas grandes verdadessobre la que todos los españoles estamos de acuerdo: las mujeres no tienen vello. ¿Quién no ha hecho alguna broma sobre los sobacos de las francesas o las inglesas y su falta de pudor para mostrar piernas velludas? Incluso la guapísima Julia Roberts, cuya feminidad es difícil poner en entredicho, tuvo que aguantar el chaparrón cuando una foto captó lo poco que le preocupaban sus axilas. Y seguro que muchas habremos escuchado a algún macho ibérico burlarse de un encuentro con algún buen felpudo. En estas ocasiones, las mujeres nos hemos sonrojado, unido a la crítica o cambiado de tema, según nuestra forma de ser y las circunstancias que nos rodeaban. Sin embargo, no hay que ir muy lejos para darse cuenta de que las sociedades en las que las mujeres ostentan menos derechos, son las mismas que imponen las modas depilatorias más exigentes o, incluso, la terrible ablación. Podríamos pensar que es una moda pasajera, típica de jovencitas con la cabeza llena de pájaros. La realidad demuestra que las seguidoras más habituales de estas tendencias son señoras entre los cuarenta y los cincuenta. Lo curioso es que, en las consultas, ellas mismas tienen sentimientos encontrados. Por un lado, les avergüenza no poder ocultar la dedicación que invierten en sus genitales. Por otro, sienten la necesidad de disculparse y asocian la rasuración a la limpieza. La incoherencia llega hasta tal punto que incluso llegan a disculparse si no llegan perfectamente depiladas. Una mala excusa porque el resultado de la tonsura suele ser desastroso: quemaduras, foliculitis crónica, picores, etcétera. Efectos secundarios que sufren en vergonzoso silencio. Y otra consecuencia de esta moda que habla de nuestra baja autoestima: ¡La petición estética de una reducción de los labios menores! Que se vean genitales rasurados en las consultas ginecológicas no es algo nuevo. Las mujeres árabes siempre han llegado depiladas, lo cual, entre el personal sanitario, se comentaba con extrañeza y cierta lástima. La sorpresa es encontrar ahora a las liberadas europeas rasuradas, depiladas (láser incluido), con el objeto de continuar siendo sexualmente atractivas bajo la excusa/creencia de que es más higiénico. En pleno siglo XXI es decepcionante descubrir que las mujeres occidentales que tanto hemos luchado y luchamos por nuestros derechos y reconocimiento, optemos por seguir la misma tradición de las mujeres árabes. Las mismas que, desde tiempos inmemoriales, se han estado preparando con abnegación en los hamanes para sus esposos, convencidas, o no, de que ese era su destino. ¿Por qué las mujeres sucumbimos a modas esclavizantes propias de otras sociedades más cerradas? La respuesta a mí, como mujer, me avergüenza |