La construcción del padre
Grupos de reflexión de futuros padres
Norberto Inda

Algunas consideraciones teóricas

En los últimos tiempos, se afianza la incorporación del padre como sostén de gestación y crianza del hijo. Varios factores concursan en este fenómeno, entre otros, la redistribución de los roles tradicionales de género (mujer-varón), la revisión de la asociación naturalizada entre mujer-madre y mujer-ama de casa, la progresiva caída desde la realidad del varón como proveedor omnímodo, los factores económicos y el relevamiento de los paradigmas de la modernidad.

Desde el campo teórico, el imprescindible aporte del feminismo y los estudios de la mujer; más, recientemente, los Men's Studies (estudios de la condición masculina), íntimamente conectados con los desarrollos del postestructuralismo, y el énfasis en el análisis deconstructivo, están contribuyendo al estudio de la paternidad como un capítulo importante en el abordaje de las “masculinidades”.

Hablar de un lugar “otro” de la paternidad significa un serio recuestionamiento de las asignaciones de tareas “generizadas”, que colocaron en los varones los roles de producción y en las mujeres, la esfera de la reproducción. Lo cierto es que el patriarcado y el industrialismo alejaron a los hombres del hogar. Si hay algo que caracterizó las historias de mujeres y varones que hoy tienen de 30 a 60 años es la poca presencia, el mucho anhelo del padre, en sus historias de vida. Sus criadoras fundamentales, a veces excluyentes, han sido mujeres: madres, tías, abuelas, mucamas, jardineras, maestras, etc., que gestaron, consciente o asistemáticamente, el aprendizaje de roles de género dicotómicos: muñecas o tacitas —para que las nenas aprendieran a criar y a vincularse— y pelotas o revólveres —para que los nenes supieran competir y defenderse. Y así fueron abrochándose prácticas, sistemas de nominación y de dominio. Contingencias históricas que al volverse esencias produjeron “instintos maternales” o “el padre en su función de ley”, simplificaciones repetidas en los imaginarios de las gentes y los relatos de los científicos.

Las narrativas —sabemos— no sólo describen hechos, dan sentido, significado, a fenómenos multiarticulados. La de los padres semeja una estrategia de ausencias. Esta falta paterna no es privativa de una clase o sector: basta recorrer las biografías que se cuentan en las psicoterapias o el registro familiar de instituciones de niños carenciados, o estos grupos de los que quiero hablar.

El énfasis exclusivo en la mujer como protagonista única del embarazo y el parto, además de ser tradicional, fortalece una situación de injusticia histórica: la asimilación de mujer = madre, que refuerza la dicotomía de roles que la modernidad estableció como natural, es decir, la mujer en el hogar y con los hijos y los hombres afuera y ocupados en sus trabajos. Reproducción y producción, naturaleza y cultura como esferas separadas y con roles de género asignados. Estos estereotipos se ven progresivamente desmentidos por la salida laboral y profesional de las mujeres. Y, aunque aún no generalizado, la involucración y el deseo creciente de los hombres de asumir una paternidad plena más allá de la genitura.

La paradoja fundamental es que el mismo sistema que establece al padre como jefe de familia lo vuelve prescindible en el ejercicio real de la crianza. O que en algunos desarrollos psicoanalíticos, el padre quede asimilado a una función de límite del exceso del vínculo madre-hijo, o como “ayudante” de la madre, nada menos que en la gestación de un ser humano.

Nuestra jurisprudencia, en términos de divorcio y tenencia de hijos, interpreta La Ley (¿del Padre?) sexísticamente al modo más tradicional: en principio, los hijos estarán mejor con la madre, no importa cuál sea su eficacia criadora. Los padres “visitarán” a sus hijos y les proveerán “alimentos”. Hecha la ley, hecha la trampa: mujeres-madres sobrecargadas que se reapropiarán de sus hijos, padres distantes que restringirán los alimentos. Nada más esclerosado que los roles en un divorcio. Que sin embargo es un revelador dramático de lo que cursa silenciosamente en la habitualidad de muchas familias que cuentan con un padre presente, pero funcionalmente ausente.

P. Bourdieu dice que “la masculinidad conocida sólo es un conjunto emblemático de poderes”. Y esta paternidad de la que hablo es un subcapítulo. Todos podríamos suscribir la idea de que el padre no es el genitor comprometido en la reproducción, sino aquel que da vida de múltiples maneras: con ley, con palabras, con caricias, con abrigo, con presencia. Pero no fue ésta la más habitual. El padre anhelado, por no tenido, puebla muchos relatos de hijos que llevan su apellido, pero no su calor.

¿Para qué sirve un padre? ¿Cuál es la positividad de esos señores con olores distintos de los de la mamá, con modales diferentes, con cuerpos y experiencias propias, con lo que pueden ofrecer de original, además de provisiones y apellido? Hay teóricos —y no poco importantes— que señalan a las nuevas paternidades y su promoción como una asignatura pendiente que podría trastornarlo casi todo. Creo firmemente que esa tarea va pareja con una deconstrucción fuerte de la forma habitual en que nos definimos “varones” y “mujeres”, es decir, apostar a formas posibles de la masculinidad y femineidad por fuera de los discursos teóricos (y políticos) hegemónicos.

Hay algunos índices alentadores. No me refiero a las publicidades —que hoy abundan— con señores bien vestidos e hijitos siempre rubios, sino a la aún escasa, pero creciente, porción de varones que se involucran en la crianza y el acompañamiento de sus hijos. A aquellos padres que no se resignan a que la paternidad sea una casa tomada. A los que, luego de la separación, luchan por sostener una relación cotidiana con sus hijos, a pesar y en contra de la costumbre, la jurisprudencia y algunas madres. También a la existencia de instituciones que defienden los derechos de los padres y los hijos toda vez que éstos se ven privados de una figura de identificación y sexualización indispensable.

Pocas cuestiones tan cotidianas y tan desconocidas como la paternidad. Las madres cuentan con el anclaje identitario de su biología. Los padres deben construirse y sostenerse como tales. No hay esencias paternales, ni masculinas. La paternidad se construye en la experiencia, no es delegable en ideas o conceptos previos. Cuando nace un hijo, nace un padre o se repite una ausencia. Son roles mutuamente interdependientes; sería parcial afirmar que el hijo necesita al padre sin destacar también que el padre necesita al hijo como fuente de subjetivación.

En “Un mundo perfecto”, la película de C. Eastwood, se muestra el proceso de un criminal que al estar de golpe en compañía del niño que raptó produce en él una metamorfosis impensable sin esa experiencia. Al establecerse el vínculo, debe ocuparse de las necesidades del chico: desde alimentarlo a taparlo para que duerma, desde comprarle un juguete hasta responder sus preguntas. Sin ninguna mediación materna, como les ocurre a los hombres separados, ésta se vuelve una ocasión de subjetivación sobre otras bases que las prescritas para un hombre “duro”.

No es el sexo lo que determina la capacidad de crianza, sino, en el caso de los varones-papás, el despliegue de potencialidades menos arquetípicas. Ser papá supondrá el ejercicio de la capacidad empática, del valorizar los vínculos y otras formas del intercambio, también la aceptación de la bisexualidad psíquica (y biológica) que nos constituye. Estos potenciales quedan con frecuencia amputados y no desarrollados bajo la prótesis de la masculinidad.

Las clínicas donde el padre participa plenamente del parto y el puerperio reducen significativamente el riesgo posnatal. Además, esta presencia se constituye en antídoto importante al hecho repetido de que las madres se reapropien de su producto, con la sobreexigencia que también conlleva.

Grupo de reflexión de futuros papás

Estos grupos conformados por padres primerizos se desarrollan dentro de un programa de prevención del embarazo, parto y crianza. Se crea un espacio para los padres varones en un ámbito habitualmente circunscripto a la madre y adueñado por la medicina. El grupo de reflexión es un dispositivo propicio para analizar la fantasmática de los futuros padres, sus ansiedades y expectativas compartidas facilitan la revisión de los estereotipos del padre ideal para abrir los interrogantes de los padres reales. Esto necesariamente reenvía a cuestionamientos poco transitados por los varones, menos dispuestos a revisar su posición subjetiva, sus propias emociones. Como dice B. This: “El padre no es el genitor implicado en la reproducción, el padre da a luz de múltiples maneras”. Este dispositivo apunta a iluminar las múltiples maneras. Y también propende a lo que Amartya Sen denomina “producción de capacidades humanas”, un capítulo necesario de cualquier tarea de “ empowerment ” masculino.

Ocho hombres entre 26 y 40 años conversan acaloradamente; se superponen las voces, los temas. La crisis, el trabajo, las restricciones. Al entrar, casi siento que los interrumpo: van silenciándose, las miradas convergen hacia mí. ¿Y ahora qué? ¿Para qué estamos? ¿Qué tendríamos que decir? Cierta incomodidad.

Me presento, les pido que lo hagan y que agreguen cuándo nacerán sus hijos. Mientras lo hacen, entra un noveno participante. Se excusa diciendo que debió acompañar a su mujer. Otro pregunta hasta qué hora estaremos porque su mujer lo espera. Hay otra esposa en la sala de espera.

“Hombre solos hablando entre ellos, no del fútbol, sino de la paternidad. Apelación a las mujeres... que saben de eso. Esposas inquietas, que no participan de este espacio. Ahora satélites de un eje que son los varones, papás. Cómo... ¿el padre protagonista ? Lo había sido de la Ley, del Apellido pero... ¿ocuparse de lo que siente?”

Continúa la presentación. Alguien pregunta si al final nos vamos de joda y adónde. Risas. Les propongo la consigna. Trabajaremos dos horas sobre su situación de padres, libremente y de lo que quieran. Todo lo que ocurra acá es patrimonio nuestro, secreto. Les pido sí, a modo de warming , que evoquen en silencio alguna escena en que estén con su propio padre, de ser posible de la infancia, sin comentarla.

“Hombres casados solos, ¿hay alguna otra posibilidad que alguna joda? ¿Visualizar otro estar no transgresivo? Cómplices de alguna conquista o algún deporte, vaya y pase, pero compartir afectos, temores... ¿cómo puede ser? Y eso que en este sentido, estos hombres no son la media: ya han participado de tres reuniones conjuntas en este proceso. Y han elegido o acompañado a sus esposas a esta institución. Suelen ser profesionales, comerciantes. Casi siempre hay también algunos que no vienen. Los que dramatizan el aspecto-hombre que se resiste a estas cosas de mujeres.”

Me miran, como esperando algo de mí. Uno me pregunta directamente un tema médico. Señalo que tal vez esperan una clase, o de mí un profesor. Estimulo a discurrir sobre cómo va este tiempo de embarazo.

Roberto : Bárbaro... a la noche me choco con los chicos, son mellizos. Trato de protegerlos, Mi mujer insiste en que tenemos que aprender... tenemos una biblioteca, pero es una alegría.
Joaquín : Cuando supimos fue impresionante, lloré. Me conecté comprando cosas, una videofilmadora. Claro, habrá que renunciar a salidas... ¿Qué será bueno para ella?
José: Yo también, busqué fotos de mi viejo. Tomé conciencia cuando vi la ecografía. Mi señora me decía leé. Pero claro ahora a uno le preocupa lo económico, con la pálida que hay. Ella no, está en otra...
Javier : No supe cómo reaccionar, aparentaba que estaba contento. Laura me dice: “no te metés en el tema”...ahora (me mira) ¿hay que decir “estamos embarazados” o ella está así? ¡Qué mambo!

“Primera ronda posible. Los varones desconcertados reaccionan: el imaginario ‘hombre' los necesita protectores, fuertes, cuidando a la ‘embarazada oficial'. (¿O ambos estamos embarazados?)
Y así responden a las expectativas de las esposas que, como ellos, suelen esperar del género masculino lo económico, mostrarse seguros, contentos, protectores.
Mientras el interior de ellas se transforma, ellos ven desde afuera (filmadora, ecografías).
Pero hay otra mirada desde afuera, la que los posiciona como sujetos genéricos: ‘uno', significante que generaliza y disuelve el propio movimiento deseante. Tan de hombre no mostrar la hilacha.
Otro camino legitimado es la acción, comprar, ganar”.

Luis : Antes del embarazo, hubo una falsa alarma... yo excitado, era un pánico. La segunda vez que era cierto, fue más fácil. Después me fui del tema, ella está supersensible.
Gerardo: En la confirmación yo también, fue un impacto la ecografía. Después, también me desconecté. Me pide que le toque la panza, a veces no quiero... esto me da culpa...
Luis : Si “estamos embarazados”, ¿por qué uno debe sentir culpa?
Pablo : No son lugares iguales, de madre y padre. Si tengo un raye, me lo tengo que comer...
Luis: Lo de aguantar a una mujer, no estoy tan convencido.

El entramado grupal ablanda el narcisismo de lo individual-único-malo. A él le pasa lo mismo que a mí. El susto no desprestigia tanto. No hay que ser el satélite de mi mujer. Lo que ella quiere no es lo mismo que lo que yo quiero. Y esto no semantiza descuido. El hombre -creador de normas- queda sometido a ellas. ¿De cuántas formas es posible seguir siendo hombre sin transgredir? El grupo se vuelve espacio constituyente y amplía el repertorio representacional. El conocimiento no se descubre, se construye.

Joaquín : Al final, lo del hombre es también doloroso, porque la mujer puede sentir la vida adentro. Nosotros no podemos controlar todo. Si ella se siente mal, yo no soy el causante.

“Acá se esboza el negativo de la hiperactividad y la eficacia de los varones que esperan un hijo. La cadena asociativa grupal va mostrando al desprotegido que coexiste con el protector. Y la ambivalencia frente a la mujer -creadora de vida- que el varón compensa en esta cultura ‘falogocéntrica' (Derrida) con acciones, logros, trabajos.”

Los tramos transcriptos representan modalidades habituales en estos grupos. El dispositivo se muestra eficaz. Es ocasión para que un grupo de varones solos puedan interactuar en la continencia de un encuadre. Y no apuntalados en sus destrezas. La identidad de género masculina se construyó por oposición, reactivamente. Se es hombre si no se es mujer, ni homosexual, ni niño. Esta definición descansa en la negación o represión de lo antitético, que es masivamente proyectado en la idea de mujer, también construida por diferencia. Así, los significados de género quedan atados a representaciones culturales y éstas establecen términos según los cuales se organizan y comprenden las relaciones entre mujeres y hombres.

Los estudios de género, en particular los que trabajan con “masculinidades”, han enfatizado la circunstancia de que nuestro primer otro primordial fue siempre una mujer: figura de identificación original. Transmisora de significantes esenciales. R. Stoller afirma la existencia de una “protofemineidad”, consecuencia de esa relación fundadora con la madre. Por eso, la constitución de la masculinidad presenta dificultades especiales. El varoncito deberá hacer una fuerte formación reactiva para desligarse de esa identificación y del miedo a la pasividad. En nuestro grupo de padres, el dispositivo apunta a movilizar: las imaginarizaciones singulares frente a la llegada de un tercero, los sentimientos de exclusión, la reactualización del propio lugar de hijos, etc. El trabajo grupal favorece la puesta en escena de la fantasmática, y los diferentes roles que asumen, roles que cada uno aporta y soporta, que no debieran confundirse con los sujetos. La tarea preventiva incluirá las variantes subjetivas posibles, instituyentes de otras modalidades para la paternidad. En el mejor de los casos, se producen quiebres en la monolítica homogeneidad del discurso, tan frecuente entre varones que suelen confundir identidad personal con identidad de género.

El padre en el parto

El momento del parto, discurrido en el grupo como muy importante, hace recrudecer todas las prerrogativas y expectativas con respecto a lo-que-se-espera-de-un-hombre. Cuando varios hablan de la certeza de su deseo de estar en la sala de partos y uno se atreve a incluir sus dudas y temores con respecto al tema, se legitima el susto que produce la sangre, o la posibilidad de pensarlo más o de incluir alguna inseguridad. Cuando puede resignarse un supuesto poder, el de ser siempre capaz, se gana o reconquista un espacio, el de pedir, el de decir que no, el de admitir que se puede no poder.

Los imaginarios instituidos, a veces avalados por ideologías teóricas, reclaman padres conscientes, trabajadores, productivos. Los bebés no traen un pan bajo el brazo, son los papás los que deben producir más porque se agranda la familia. Este empeño, a veces, dificulta su conexión física, emocional con sus hijos, que es lo que las esposas tanto les reclaman. Exigencias contradictorias. Paradójicamente, la presencia del hombre en el parto, una experiencia potencialmente enriquecedora, puede volverse pura exigencia. Una nueva oportunidad para certificar que los hombres son capaces de casi todo. Como cuando creen que deberían entrar en la sala de partos en exclusiva función de ayuda a la parturienta. Casi como un miembro más del equipo médico. Como si en ese momento, en que también junto con un hijo, nace un padre , pudiera o debiera guardar la distancia afectiva propia de un técnico. Y esto no es subestimar su capacidad de ayuda o compañía, sino incluir sus sentimientos, sus temores, su angustia. ¿O debiera guardarlos bajo el guardapolvo?

Hay sitios donde todavía el discurso médico sostiene que el padre es un estorbo, que es mejor, por asepsia, que el padre no ingrese al parto. El dispositivo médico, en nombre de la ciencia , se adueña de una función propia de la familia. A pesar de que en los servicios donde se generaliza el “recibimiento sin violencia”, la mortalidad perinatal disminuye considerablemente.

Pero vemos, sin embargo, un movimiento creciente de padres que tienden a involucrarse en esta función insoslayable. Un participante del grupo satirizaba así la cuestión: “Entonces, un padre cariñoso ¡más que padre es una madre!”. Y yo, en paralelo, pensaba: Los hijos llevan nuestro apellido, ¿deben carecer de nuestras caricias? Como dice B. This: “¿Acaso hacemos surgir al padre simbólico reprimiendo al padre real?” Y esto, no sólo en el parto, sino en todas las instancias de la crianza de un hijo.

Es interesante recordar la ceremonia de la couvade. Del latín “ cubare” (estar acostado), el nombre se especializó “ couver ” (empollar, cueva, caverna, lugar donde uno se esconde). Ritual descripto de numerosas maneras. Se repite la actitud del hombre -padre inminente- que al momento del parto se acuesta y dramatiza, exagera los movimientos y los gritos de una parturienta. Se reproduce en paralelo la situación de la madre. Práctica ahora inexistente, pero que fue contada por numerosos antropólogos y que ha recibido múltiples interpretaciones: desde el alejamiento de los espíritus malos, que, así, no interferirían en el alumbramiento, hasta la identificación del hombre, que, envidioso, pretende ser la mujer en el parto, o que ésta pueda reprimir su hostilidad hacia el recién nacido, o que se ratifique un vínculo de sangre, etc.

Pero, ¿por qué es interesante este ritual superado? Porque vemos en él una forma institucionalizada, hecha rito, de la participación del varón en el nacimiento de su cría. Dramatización del parto masculino, también se llamó feminización del hombre en trance de ser padre. La mitología es pródiga en estos fantasmas: desde el parto de Atenea de la cabeza de Zeus , y Dionisos, de su muslo, hasta el mito mataco de Tawkwax, que hunde su pene en el brazo y se embaraza de un varón, y hoy la promesa de la corona británica de premiar al primer hombre que dé a luz, algo que la ingeniería biológica no desestima.

La capacidad masculina para criar

Uno de los papás del grupo preguntó: “Che, ¿a ustedes también les cambió el cuerpo? Yo aumenté cinco kilos”. Formas larvadas, laterales, a veces sintomáticas, de una parentalidad que se resistiría a ser sólo una máquina eficaz o la distante versión de una Ley paterna, en forma excluyente, sino que busca manifestarse en otros registros. En este tiempo de hombres desocupados, de globalización de la pobreza, de caída de los relatos universalizantes, donde aquellos roles “funcionales” en relación con una estructura productiva (Parssons), solamente pueden quedar como residuo nostálgico, es necesario construir otras subjetividades. La capacidad de crianza, como tantas funciones, ha quedado sexísticamente ligada a prescriptivas genéricas. Hoy sabemos que no se trata de ningún instinto maternal, sino más bien de cierta capacidad de movilizar los componentes bisexuales que nos habitan. Justamente pelear contra la encerrona limitante de la masculinidad tradicional. Se es padre acariciando, hablando, regalando, besando, limitando, bañando, nombrando. Algunas evocaciones de su experiencia como hijos relatadas por varones a punto de volverse padres:

“Me había comprado una bicicleta y me llevaba de atrás… para el equilibrio. Por momentos sacaba la mano y yo no sabía... creía que estaba ahí y confiaba… podía andar sin él. Pero si no estaba, empezaba a perder el equilibrio.”
“A los cinco años, en preescolar, fue a buscarme mi viejo. Quedé sorprendido cuando lo vi y me abrazó.”
“Cuando falleció mi abuela... lo vi a mi viejo llorar, y cuando se dio cuenta se dio vuelta. Entonces me di cuenta de que era un tipo de carne y hueso...”
“Jugábamos a pelearnos... y el hacía que yo le ganaba.”
“Los sábados me llevaba a un taller de electricidad, me daba pedazos de cable y tornillos mientras trabajaba... Sólo ahí estábamos solos.”

Estos ejemplos, elegidos al azar, son representativos de una constante: al momento de pedir a estos hombres, cuyas edades oscilaban entre los 28 y los 45 años, los recuerdos más impactantes, tal vez los más felices o deseados, lo fueron de padres juguetones, aventureros, sensibles.

La memorable “Carta al padre” es un interminable reproche dirigido a aquel padre “gigantesco en todo sentido”, que casi no había reparado en el pequeño hijo: Franz Kafka. Ese padre es el más perfecto arquetipo de la idea de lo que debe ser un padre para la modernidad. Bien, en esa carta también dice “Por fortuna, hubo también momentos de excepción”, es decir momentos de felicidad con el padre. Como los que los hombres de los grupos evocan.

Bollas habla de “sujetos normóticos” para referirse a esas personas demasiado adheridas al deber-ser, que miden su autoestima en relación con el cumplimiento de ideales -sean cuales fueren- a expensas de otras posibilidades deseantes. Este déficit de subjetivación suele ser repetido en el trabajo con varones. “El Padre”, como modelo hegemónico producido por el patriarcado, y, como vimos a veces refrendado por ciertas líneas teóricas, se traga las singularidades, las maneras múltiples de ser padre.

La contrapartida de ese Ideal, es el padre “ausente” de la cotidianeidad, puro referente que en situaciones de divorcio, con suma frecuencia, desaparece.

Si la paternidad es una instancia construible, cada vez que nace un niño, nace un padre que también irá haciéndose. Gestar un padre implicará, entre otras tareas, diferenciarlo del genitor.

Y rescatar “las múltiples formas en que un padre puede dar a luz”. (B. This)