Día de la Madre / Tendencias

Mil modos de ser mamá

 

Sobreprotectoras, descuidadas, temerosas, equilibradas; el estilo de una madre puede impactar decisivamente en la vida futura del hijo. Entenderlo y revisarlo es el primer paso para revertir una mala influencia materna y ejercer el rol con plena felicidad y conciencia

Domingo 19 de octubre de 2008 |  

¿Qué es lo que hace que ese dulce retoño de simpática sonrisa se convierta con los años en un malvado dictador? ¿Y a qué se debe que dos bebés que comparten el espacio en la nursery sean luego ella una adolescente descarriada y él abanderado con promedio 10 perfecto? En su último libro, el psicólogo especializado en relaciones familiares Stephan B. Poulter explora una de las piezas de este complejo rompecabezas: la influencia materna.

El factor madre trata sobre cómo el vínculo inicial que se establece cuando nacemos se convierte en la plataforma desde la cual nuestro desarrollo emocional, estilo de comunicación y tipo de personalidad evolucionan hasta la adultez.

Cuanto más comprendemos los componentes emocionales de la relación con nuestras madres, dispondremos de más oportunidades para modificar positivamente nuestras relaciones y crecer en lo personal, afirma el experto.

Ximena Ianantuoni, psicoterapeuta, autora del blog Vamos Viendo y coautora del libro Hijos sin Dios, coincide. "La madre es un modelo de amor, es el primer ejemplo de cómo vincularse con el mundo. Una madre es una mostradora de mundo, es quien les presenta el universo a sus hijos". Sin embargo, admite, "a partir de eso existen muchos otros determinantes en la vida que resultan en cómo uno va a actuar como adulto".

Claudia Imventarza de Rajnerman, psicopedagoga especialista en maternidad y crianza, y coordinadora de los Grupos de Crianza de TobiNatal, señala que "desde la manera en que una persona sube al colectivo hasta cómo un chico se para en una cancha de fútbol tiene que ver con quién lo maternó, y obviamente también con el papá. De una mamá que está todo el tiempo advirtiéndole que tenga cuidado va a salir un chico que mira la pelota y la esquiva. Al chico que se le permita explorar va a poner el cuerpo y va a defender en la cancha".

Para ella, existen un montón de leyes, pautas y preconceptos sobre cómo ser madres, más todo lo que la mujer tiene grabado dentro de su propia historia, lo cual hace que actúe de determinada manera.

En su libro, Poulter establece cinco "estilos predominantes de maternaje", y la influencia que éstos tienen sobre los hijos cuando se convierten en adultos.

La madre perfeccionista. Su familia debe verse siempre bien, en todos los aspectos. "Hay mujeres que se exigen demasiado a sí mismas; entonces, exigen mucho también a los demás. Buscan obtener un producto; no suelen fomentar el proceso de desarrollo del sujeto, sino que esperan tal o cual resultado. Eso genera una baja autoestima en los hijos, porque nada de lo que hagan va a alcanzar", opina Imventarza. Para Ianantuoni, el resultado de este estilo de madre depende también del carácter del hijo. "A un chico de carácter débil lo puede dejar arrasado, porque nada de lo que haga va a ser suficiente. Pero en un carácter fuerte, una madre sobreexigente puede dar una persona que acepta el desafío y a lo mejor termina siendo muy exitosa."

La madre impredecible. Sus altibajos pueden generar ansiedad de por vida y depresión en sus hijos.

"Las altas y bajas emocionales pueden relacionarse con que el hijo se acerque o no a lo que la madre espera de él. Muchas mamás están pendientes de si su hijo habla pronto, camina pronto; quieren que sea, en todo, más, y esto no siempre es posible", dice Imventarza.

La madre "yo primero". Sus hijos están siempre en un segundo plano.

Para Imventarza, "son personas con mucho ego; todo es para sí mismas. Y para la maternidad hay que poder salirse de una misma; el cimbronazo del puerperio tiene que ver con correrse del centro".

La madre "mejor amiga". Actualmente de moda, pero la situación puede descontrolarse.

Según Ianantuoni, "depende mucho de cómo procese el hijo esa conducta de su madre. Yo tuve como pacientes a hijos de madres cancheras que lo que concluían era que no habían sido suficientemente cuidados, que a sus madres no les importaba nada. Pero también están los que hubieran preferido que los dejaran más libres, que no controlaran la hora a la que llegaban o con quién salían". Para Imventarza, "una madre es una madre; la función no es la de amiga. Lo que sí hay que poder hacer es entrar en el código de los hijos y aprender a preguntar. Porque solemos dar órdenes, instrucciones, en lugar de preguntar y entender por qué hacen lo que hacen".

La madre completa. Sabe guiar y muestra compasión hacia sus hijos.

"Yo creo que todas las madres tienen un poco de cada característica; el tema es cómo se combinan y en qué grado. Una madre completa, para mí, es la que está equilibrada consigo misma, en su vida, en su forma de hacer. Que pueda cuidar sin sobreproteger, guiar sin imponer, respetar sin influir demasiado", sostiene Ianantuoni. "Educar para la vida, para ser libre de la mirada del otro, de la aceptación del otro, de elegir estar bien por uno, de hacer el propio proceso; eso es lograr un equilibrio y criar sujetos bien encaminados. Pero para hacerlo también es importante revisar la propia historia, poner cierta claridad sobre quién es uno, quién me crió, qué quiero ser , agrega Imventarza.

"Mamá está todo el tiempo enseñando."

"Mi mamá es en cierto modo perfeccionista, pero no podría dejarla encasillada ahí. Es sobreexigente y bastante demandante en las formas y cosas que desea y le interesan. Pero no es desinteresada por el proceso de desarrollo; es maestra y está casi todo el tiempo tratando de enseñar", asegura Andrea, de 32 años, hija de Anita y a su vez mamá por partida doble.

Anita coincide. "Soy exigente pero no creo poder definirme como la madre perfeccionista. Me interesa más el camino que el producto", explica.

Andrea y Anita tienen mucho en común. Ambas se dedicaron a la docencia en disciplinas deportivas, la hija reemplaza a la madre en algunas clases e incluso llegaron a compartir alguna vez la misma cancha de voley. "En algún punto podría decir que mi mamá es una amiga, con la que puedo compartir cosas, charlar, pedirle consejos, y ella a mí", admite Andrea. Pero hace la salvaguarda: "No como una amiga «canchera» que se quiere parecer a mí, sino como alguien con quien se pueden compartir determinadas actividades, y disfrutarlas, como lo hago con otras amigas".

Anita, por su parte, busca el balance justo. "Me gustaría poder decir de mí misma que soy una «madre completa», por eso del equilibrio. Es una cualidad que vivo buscando... ¡pero lo consigo y lo pierdo cada dos por tres!, ironiza.

Otras categorías

Enumerar cinco formas de ser madre puede resultar para algunos una visión algo limitada. "Una madre puede tener una característica predominante negativa, pero lo que cuenta es lo que la persona hace con eso según un montón de otros factores que van incidiendo en su vida", sostiene Ianantuoni. Ella prefiere dividir a las madres en dos categorías básicas: la madre "presa" de su hijo, el cual pasa a ser el objetivo de su vida, que puede generar adultos con dificultades para tener pensamientos propios, y la que conserva su centro, sus deseos como mujer y sus metas, más allá de la maternidad. Este modelo de madre cría hijos más libres, con ideas propias.

Y agrega algunas subcategorías: la madre sobreprotectora, que puede dar un adulto disminuido y sin carácter, y la asustada, para la cual todo es una amenaza. Pero estos mandatos pueden no ser definitivos. En el primer caso, "quizás esa persona va a terapia, se conecta con sus deseos, con su fuerza, con su posibilidad; supera la situación, capitaliza la experiencia negativa y termina siendo feliz", matiza. "Un mundo presentado como un peligro posiblemente dé un adulto titubeante, temeroso, inseguro. Pero también puede darse que la persona desafíe esta postura, que busque ir más allá del prejuicio con el que aprendió a vivir."

Para Imventarza, hoy en día predomina la madre "que no pone límites por miedo de que no la quieran, de frustrar, de ser mala. Y todo eso no les permite después a esos chicos adaptarse a la vida. Un hijo tiene que pasar por la frustración, algo que a las madres hoy en día les cuesta bastante. Que llore, se enoje o se encierre en la habitación son situaciones que los hijos deben vivir para darse cuenta de que tienen que revertir eso", También las hay sobreprotectoras y controladoras. "Hay madres que sostienen todo el tiempo, que llenan a sus hijos de certezas y garantías, y eso tampoco es bueno. Está bien que un hijo no sepa quién lo viene a buscar hoy, que se suelte, se entregue y se sienta confiado en sí mismo. Tiene que haber un equilibrio saludable entre atención y sobreprotección". Las controladoras, agrega Imventarza, "esconden miedo de que los hijos se equivoquen, las dejen o no resulten lo que ellas quieren. La madre controladora está esperando el producto y no el proceso, no el desarrollo libre de sus hijos".

Los mellizos perfectos

Lo cierto es que, a pesar del popular dicho, madre no hay una sola. Incluso la misma mujer puede no ser "la misma" para sus hijos, aun si son mellizos.

"Definitivamente, mi mamá no encaja en las categorías de perfeccionista, impredecible ni yo primero", sostiene en forma contundente Adrián, de 39 años. Sin embargo, Pablo, su hermano mellizo, considera que su mamá, Marisa, fue "perfeccionista hasta que tuvimos 21 o 22 años; después se convirtió más bien en madre completa".

Marisa coincide más con Pablo. "En parte supe ser una madre perfeccionista. Siempre hay que verse bien, aunque el mundo se caiga por dentro. No me puedo mostrar de otra forma", afirma. La perfección para ella parece haberse relacionado también con la simetría física, algo que Adrián y Pablo no poseen por ser mellizos y no gemelos.

"Mi mamá siempre quiso mellizos iguales, así que, aunque fuéramos bien distintos, nos vestía con ropa similar. Resultado: ¡parecíamos hermanos -no mellizos- vestidos igual!", recuerda Adrián, quien destaca que tanto él como su hermano heredaron de Marisa, precisamente, el buen humor.

Más allá de algunas observaciones, en muchos casos los hijos adultos terminan recordando el estilo de su madre como bastante completo. "Mi madre acompaña, guía, acepta, y cuando es conveniente dice que sí o que no", asegura Adrián. También se ve así Marisa, quien además afirma que extrajo buena parte de su estilo de maternar de su propia experiencia como hija. "Mi mamá me transfirió muchas de sus características, y yo doy gran parte de lo que me inculcaron."

El factor padre

Hoy en día, ninguna apreciación sobre la influencia de la madre deja de lado el papel del padre. "Actualmente, los padres se vinculan mucho más con la crianza de sus hijos, y creo que son un factor fundamental. Es muy distinto un padre que relativiza, por ejemplo, las exigencias de una madre perfeccionista, que un padre que, como un hijo más, se pone en línea con esa mujer y entra dentro de su esquema", afirma Ianantuoni. Con frecuencia sucede que no hay un acuerdo de pareja parental, agrega Imventarza. "Una ve cómo la mamá controla y el papá dice dejalo; entonces la mamá se enoja. Hay dos maneras: comprender al otro en función de sus fortalezas y sus debilidades y complementarse, o -lo que es más común- la crítica y la acusación mutua. Con este modelo, los hijos se pierden y se sienten con mucho derecho de protestar."

Pintar la aldea propia

Revisar la propia historia, superar los bloqueos de una misma y llevar a cabo una crianza superadora podría ser la clave para mucho más que generar adultos felices, sostienen las especialistas. "Yo intento ayudar a las mamás a lograr que sus hijos se conviertan, el día de mañana, en mejores personas, y si esto se multiplica, tendríamos que tener un mundo mejor -sostiene Imventarza-. Criar hijos más creativos y libres va a terminar creando una sociedad más amable."

Por Gabriela Sala Rigler